viernes, 31 de agosto de 2007

Capítulo II

Amordi, 3 de Julius de 1669.

Prisión de la Garra, en el Mar de la Espuma.


Los dos guardias miraban el pabellón de ejecuciones apoyados en la barandilla de una pasarela en el piso superior.

- ¿Ese es el recién llegado, Pierre? - le preguntó a su compañero.

- Sí, parece que el Capitán Étalon no quiere desaprovechar la oportunidad de fusilar al preso mientras el Director esté de viaje.

- ¿Y porqué quiere hacer eso?

- Mi primo me ha contado que ese pirata ya pasó por esta prisión un par de veces, y que misteriosamente en las dos consiguió escapar sin dejar rastro - y acercándose a su oído y tapándose la boca con una mano, le susurró - También me ha dicho que en realidad consiguió sobornar al Director y que este le arregló la fuga.

- ¡Venga ya, Pierre, ya estamos otra vez con las patrañas de tu primo! - dijo empujándole irritado - ¡El Director es un gentilhombre honrado, y jamás se desviaría de su deber! ¡Y por cierto, tu aliento apesta!

- ¡Eh, tranquilo! ¡Yo solo te cuento lo que se! ¡¿O es que no tenía razón mi primo cuando dijo que el cura castellano había sido corsario, cirujano y espía antes de ser encarcelado?!

- Ya, pero… ¿el Director? - le respondió entre la duda y la incredulidad - Bueno, aquí te dejo. Ahora que me has hablado de él, he recordado que tengo que acompañar al Padre Diego en su visita semanal con los presos del segundo piso.

- ¿Con los del segundo? Vaya faena, ten cuidado con el Mortero, que últimamente está más cabreado que de costumbre. ¡Ese te rompe el cuello con una sola mano si te descuidas! - le advirtió haciendo un brusco gesto con la mano.

- Por suerte, hoy el Padre Diego me ha dicho que tiene jaqueca y que solo quiere ver a los oficiales de la celda VII.

- Esos ya llevan un tiempo aquí, ¿no?

- Si, creo que más de un año, seguramente dentro de poco pasaran ellos por la sala de ejecuciones si continúan llegando presos con la frecuencia de los últimos meses. Parece que realmente el Rey Sol ha conseguido limpiar el Mar de la Espuma de piratas y corsarios.

- Aún recuerdo el día en que vi por primera vez el culo de esa eisena. La verdad es que se lo he visto pocas veces más a lo largo de este tiempo. Solo cuando el Capitán Étalon la sacaba de la celda para descargar su mala leche con el látigo… ummm… que morbo… - dijo el guardia con la mirada perdida mientras se recolocaba la entrepierna.

- Sabes, Pierre, eres un salido…


Terdi por la noche, 4 de Julius de 1669.

Prisión de la Garra, en el Mar de la Espuma.


En esa tormentosa noche de verano, los presos se mantuvieron en la más absoluta calma hasta que llegó el momento.

Cuando el Teniente Georges D'Argeneau abrió la puerta del calabozo para que el Padre Diego de Orduño saliera al finalizar sus oficios, unas manos salieron de la nada y le atraparon con fuerza las muñecas. Aún con la cara de sorpresa puesta, vio como la eisena empujaba la puerta con todas sus fuerzas y le machacaba contra la reja de la celda. Al ver lo que pasaba, su compañero soltó la voz de alarma mientras el maltrecho teniente desenvainaba su acero y se deshacía de su agresora con un corte. Incitada por la anhelada libertad, y a la vez por el punzante dolor de la herida, Nicolette le atizó un gancho en la barbilla dejando al joven oficial tendido de un solo golpe en el suelo. Mientras Blind recogía las llaves y liberaba a los otros prisioneros, un acto más estratégico que altruista, y Dylan Wolf se hacía con la espada del teniente caído y aseguraba el pasillo, la feroz eisena tumbó al soldado restante rompiéndole la nariz con un fuerte puñetazo.

Acto seguido, un pelotón de guardias del piso inferior se interpuso en el camino de los fugitivos. Wolf y Blind se adelantaron para hacerles frente, pues eran los únicos que llevaban estoques. Blind encaró al oficial del pelotón mientras Wolf se quedaba con el resto de hombres. Las espadas empezaron su baile y los guardias montaignenses cayeron a su avance. En poco tiempo el pasillo quedó limpio y la manada de presos liberados bajó al resto de niveles sin orden ni cuidado. Cuando estos llegaron al piso más bajo, un estruendo se escuchó por toda la torre y media docena de presidiarios cayeron muertos por la ráfaga de los mosquetes.

Cuando Blind llegó al primer piso, y viendo que algunos marineros del “Sea Wolf” estaban aún encerrados en algunas de las mazmorras, se les acercó con las llaves del segundo teniente vencido y les liberó de su cautiverio. Mientras tanto, Wolf vio que en la planta baja los guardias que habían disparado la ruidosa descarga estaban recargando a toda prisa sus armas. Sin perder un segundo, con espada y antorcha en mano, se lanzó desde la barandilla para caer encima de los infortunados soldados en un acto de puro arrojo. En medio del estruendo, los guardias soltaron sus armas de fuego e intentaron reducir al avalonés con sus hierros, pero lejos de conseguir su cometido, el osado capitán blandió su antorcha resguardando su posición y amedrentando a la docena de hombres que lo rodeaba. Algunos de ellos intentaron romper la defensa de Wolf solo para encontrarse con su estoque clavado en sus carnes, y los soldados empezaron a caer tan pronto como intentaron un avance.

Viendo que un nuevo pelotón de guardias se preparaba para disparar por la espalda a Wolf, Nicolette dejó a un lado al Padre Diego, al que había estado protegiendo hasta el momento, para hacerse con un banco de madera y arremeter contra los soldados en una carga furiosa. La mitad de los armados quedó inconsciente cuando quedaron aplastados contra la pared, y el resto tuvo que lidiar con la iracunda eisena.

Wolf blandía su acero como un torbellino. Los soldados se agolpaban a su alrededor como los chacales se lanzan contra su presa, pero no se trataba de un ser cazado sino de un cazador, que con cada zarpada liquidaba tres adversarios más. Cuando los marineros del “Sea Wolf” llegaron al piso inferior, solo quedaba un único hombre que limpiaba su espada de la sangre de un cúmulo de cuerpos moribundos.

Con el camino despejado, poco les quedaba a los fugitivos para llegar al despacho del director de la prisión donde se encontraba una salida segura de la cárcel. Como un rumor, se escuchaban los disparos que acertaban en los presos que huyan por la puerta principal del edificio en una carrera perdida campo a través. Delante de la puerta del despacho pero, quedaba un último escollo, el cruel Capitán Louis Étalon du Toille.

El Capitán era un hombre diferente. A pesar de su maldad, era evidente que si había llegado a su rango y estaba destinado en ese sitio, debía de ser por sus méritos y no por la bendición de su linaje, pensó Wolf. Cuando el combate comenzó, fue el avalonés quien primero se lanzó a su encuentro y las estocadas se intercambiaron causando gran mella entre los enfrentados. Al ver que se trataba de un enemigo duro de roer, Blind se sumó a la reyerta pues no se trataba de una disputa por honor. Étalon ciertamente, era un espadachín capacitado y superaba en destreza a los dos hombres con una espada en la mano, pero Wolf tenía un as en la manga para esas situaciones, y descargó el fuego del arma que había recogido anteriormente finiquitando al espadachín montaignés sin mayor contratiempo.

Dentro de la habitación del Director, los muebles caros se combinaban con la elegancia y decrepitud usual del gusto montaignés. La trampilla que conducía a la salida de la prisión no fue difícil de encontrar, así como un pequeño cofre que de buen seguro contenía el dinero ahorrado del corrupto Director. Los fugitivos huyeron por la portezuela que conducía a un largo pasillo esculpido en la roca viva, y dejaron atrás un largo año de confinamiento forzado en la prisión de la Garra.

No obstante, antes de salir al aire libre se encontraron con un macabro detalle en su trayecto. Después de caminar largo rato encorvados a través de la profunda negrura y solo iluminados por el débil resplandor de una vieja antorcha, apartando los pegajosos velos tejidos por desconocidos arácnidos y controlando los miedos de los compañeros más aprensivos, encontraron el esqueleto de un antiguo fugitivo que yacía en el fondo de un desnivel escondido traicioneramente en la oscuridad de la gruta. Cuando registraron los despojos de ese desventurado, encontraron una carta entre sus harapos. En el manuscrito, un tal Don Juan del Castillo se dirigía a su hermano para comunicarle las instrucciones de su inacabada huida y las ganas que tenía de volverlo a ver después de muchos años. Desgraciadamente, ese encuentro no se produciría nunca pues el infortunio se había cruzado con su hermano y este había terminado sus días en las entrañas de ese profundo pozo. Por sorpresa de todos, en la nota también se hacía referencia a una misteriosa isla llamada la “Île du Diamant du Sang”, y con tan sugerente nombre los fugitivos no dudaron en memorizarlo para futuros episodios.

Aunque antes de eso, claro, les quedaba una cosa pendiente. Huir de esa maldita isla…


Guerdi por la madrugada, 5 de Julius de 1669.

Acantilados de la Isla de la Huella, en el Mar de la Espuma.


- Tiene que llegar, por el amor de Theus, el Mortero tiene que llegar… ¡Eh! ¡Los de ahí abajo! ¡Los del bote! ¡Esperad al Mortero, por favor! ¡Esperadle! - gritaba desesperado el fornido fugitivo…

- No lo va a conseguir, el Mortero no lo va a conseguir… con esta maldita lluvia no le pueden escuchar… ¡Eh! ¡Esperadle! - chillaba como un loco mientras descendía por la ladera del acantilado intentando asegurar sus pasos en roca firme. Los hombres del bote, por su parte, empezaban a remar y se alejaban lentamente de las rocas luchando a duras penas contra el fuerte oleaje que arremetía en su contra.

- ¡No dejéis al Mortero aquí! ¡Por lo que más queréis, NO LE DEJÉIS AQUÍ! - y de pronto, el robusto eiseno vio como el hombre que estaba de pie en el bote empezó a gesticular a los remeros para que detuvieran su marcha mientras les indicaba en que punto se encontraba el grandullón en el despeñadero.

- ¡Sí! ¡Sí! ¡Ese maldito bastardo le ha escuchado y le esperan! ¡El Mortero ya solo tiene que lograr bajar de aquí como sea! - gritaba eufórico para sus adentros mientras aceleraba en lo posible su peligroso descenso por el acantilado.

De golpe, después de un corto y seco chasquido, la inmensa piedra donde estaba sujetado el fugitivo se separó de la pared de la montaña. La piedra y el hombre se precipitaron en el vacío iluminados por el destello de un relámpago cercano. En su caída, por la mente del eiseno pasaron fugaces algunos de los momentos de su vida. Sus días de batalla. Como se ganó sus infinitas cicatrices. Su encarcelamiento en la prisión de la Garra. Hasta que de repente vio por un instante las afiladas rocas que le esperaban en el fondo del abismo, y se encomendó a Theus o al Demonio, quien fuera que lo recibiera después de su ineludible muerte…



- ¡Uaaag! ¡El Mortero se ahoga! ¡¿Donde está el aire?! - pensó el desorientado fugitivo mientras luchaba contra la fuerza del agua. El oleaje era tan fuerte, que lo lanzaban de un lado al otro, estampándole contra las mismas rocas que el capricho del destino le había permitido evitar con la súbita crecida de la mar al paso de una ola gigante. A pesar de los duros golpes, el eiseno tenía una constitución extraordinaria y pudo sobreponerse al dolor recibido. Cuando pudo recuperar un poco de aire y su compostura, empezó a nadar hacia el bote que le esperaba a poca distancia de su caída.

Con el vaivén de las olas, había momentos en que la visión del bote desaparecía y solo la oscuridad de la noche y las aguas cercanas rodeaba al desesperado nadador. Con su último aliento, intentó lanzar su mano para alcanzar la barca y otra salió a su encuentro en el aire. Con la ayuda del resto de la tripulación, el exhausto fugitivo subió al bote, y sin dejar la mano de quien lo había recogido, le dijo:

- ¿A quién debe el Mortero su vida? - mirando directamente a los ojos de su interlocutor.

- Soy el Capitán Wolf, Dylan Wolf, y no me debes más a mí que al resto de estos hombres. Si no tienes a quien recurrir y respetas la lealtad, estás invitado a unirte a nosotros en nuestro viaje.

- ¡Que así sea pues, Capitán Wolf, y que mi destino quede ligado al de los vuestros!

Y los hombres reanudaron su remo para intentar salir del infierno marítimo donde se habían metido.



Amordi, 10 de Julius de 1669.

Isla de la Montaña Vacía, en el Mar de la Espuma.


Los marineros se dirigieron hacia el viejo molino por el sendero que les habían indicado en la taberna de la ciudad. Al llegar a la isla, no habían tenido ningún problema para recuperarse de su lamentable estado con el oro sacado del pequeño cofre. Del mismo modo, no les costó mucho conseguir información acerca de Don Juan del Castillo, puesto que era la única preocupación seria que tenían en mente. Dylan Wolf, Blind, Nicolette Whitesplit y el Padre Diego de Orduño llegaron al mediodía frente la morada del retirado Capitán.

Don Juan del Castillo era un hombre mayor, de unos 50 años, retirado ya hacía tiempo de sus funciones de capitán. Disponía aún de un barco abandonado en el puerto de la ciudad, puesto que era un fugitivo de la ley montaignesa por no aceptar ocuparse como espía contra su amada Castilla, y no se atrevía a acercase por si fuera apresado. Cuando el Padre Diego le comunicó la noticia de que su hermano había sido hallado muerto en su intento de fuga, el hombre la encajó con inevitable tristeza y visible desahogo después de tanto tiempo de vana espera.

Viendo que el Padre Diego no tenía la insensibilidad necesaria para sacar el tema en esos momentos, el Capitán Wolf no pudo resistirse a preguntar por la Isla del Diamante de Sangre. Sobreponiéndose a su reciente dolor, Don Juan contó que la isla había sido conocida por la desaparición de todos sus habitantes excepto de uno, que fue encontrado en un pobre estado mental y que se llamaba Sebastien Montfort. En su estado de locura, y para que nadie más viera lo que yacía allí, dedicó el resto de sus días en eliminar toda información relevante de la isla así como cualquier forma de localizarla. Como valerosos aventureros, cada palabra pronunciada solo servía para aumentar sus ganas por llegar a ella.

Antes de finalizar el relato, alguien se percató de que una cuadrilla de soldados montaignenses se acercaba a paso ligero por el camino. De inmediato, Don Juan entró asustado en su molino, y al cabo de poco, el resto le siguió. Cuando los uniformados llegaron, el oficial Bastion Allais proclamó la detención de Don Juan del Castillo en nombre del allí presente Gobernador de la isla, así como de todos sus colaboradores. La única respuesta que recibieron fue el vaciado de un orinal encima del cebado Gobernador.

Los soldados empezaron a golpear la puerta del edificio para echarla al suelo. Mientras tanto, Nicolette y Blind se preparaban en el interior para darles una complaciente bienvenida, y Wolf, siguiendo una corazonada, subió las escaleras para buscar una manera de acceder al tejado del molino. Cuando la puerta cedió, y aprovechando que tras sus órdenes el alboroto empezaba en las dependencias inferiores, el oficial montaignés intentó un rodeo valiéndose de las gigantescas aspas del molino para llegar hasta la parte superior del edificio.

Su sorpresa fue mayor cuando se dio cuenta de que su emboscada sería infructuosa, pues alguien le estaban esperando allí. Sin dejarse amedrentar, Allais desenvainó su espada e hizo frente a su oponente. Haciendo gala de una increíble destreza con el estoque, con un par de precisos movimientos rasgó la chaqueta de su rival lo suficiente para que por si sola se cayera y, sin la menor resistencia, se fuera arrastrada por las caricias del viento. Un acto de tal pericia habría impresionado a la mayoría de hombres, pero Dylan Wolf no era un hombre corriente, y en su cabeza tenía otros asuntos evaluando cuales eran sus mejores opciones. Una suave brisa corría por esas alturas, y el traicionero techo de tejas hacía muy difícil el movimiento. Estaba claro que eso era una oportunidad, solo tenía que esperar el momento oportuno.

Empezó el toma y daca de los espadachines, y en poco tiempo quedó clara la superioridad técnica del montaignés. Como maestro de la famosa escuela de esgrima Valroux, era mucho más rápido y mucho más diestro que el avalonés. Después de un par de heridas, el oficial aprovechó un agujero en la defensa de Wolf para desequilibrarle con el hombro y hacerle caer del edificio.

Wolf no era el más diestro, pero si encajaba bien lo golpes, y sin grandes problemas se recompuso de su caída. Agarrándose a una aspa del molino, empezó a ganar altura para volver a hacer frente al vanidoso montaignés. Por su parte, Bastion Allais, pensando quizá en que no se habría recuperado tan rápidamente de su caída, saltó a otra de las aspas para descender a su encuentro solo para darse cuenta de que en realidad Wolf estaba en el lado opuesto de la gran cruz.

Sabiendo que debía elegir muy bien su momento, Wolf dejó que el oficial machacara inútilmente el mástil de su aspa en un infructuoso intento por cercenarla, y cuando Allais llegó otra vez a la techumbre del molino, solo tuvo un segundo antes de darse cuenta de que el avalonés le estaba esperando con su pistola preparada para descargar el plomo en su pecho. Wolf sabía que en el tejado sería difícil esquivar el tiro pisando esas malditas tejas y buscó su oportunidad para infligir el mayor castigo en el momento justo. Increíblemente, gracias a una combinación de habilidad y suerte, un inesperado resbalón ayudó al oficial a esquivar el balazo perdiendo solo algunas plumas de su refinado sombrero, y una vez hubo recuperado su equilibrio, blandió su espada inflingiendo un par de profundas heridas en su desconcertado rival.

Viendo cerca su victoria, el arrogante montaignés empezó a recrearse en la situación complementando sus mortales ataques con osadas florituras, cometiendo así un peligroso error. Wolf se había percatado de que la vieja madera del tejado crujía y se resentía en cada paso de los dos hombres, y cuando tuvo la menor oportunidad, saltó con todas sus fuerzas derribando el techo y haciendo que los dos hombres se precipitasen al piso inferior entre escombros y una nube de polvo.

Después del estruendo, el silencio se hizo en toda la casa hasta que los dos rivales empezaron a incorporarse de su caída. Cerca de ellos, arrinconados se encontraban el Padre Diego y Don Juan del Castillo, que contemplaban la escena atónitos. Bastion Allais fue quien se recuperó antes, y no queriendo encontrarse con más sorpresas, lanzó un pesado armario encima de la única apertura que permitía la salida y entrada al piso presente. Aprovechando el descuido, Wolf saltó con su estoque para inflingirle una fea herida en el costado y este, entre insultos y maldiciones, se deshizo del avalonés con un tajo en diagonal que cortó su desprotegido pecho y lo lanzó de nuevo contra el suelo. Girando sobre si mismo, Wolf se apropió del mosquete que llevaba atado en la espalda y disparó a su oponente hiriéndole esta vez en el muslo derecho.

Los dos hombres estaban exhaustos y al limite de sus fuerzas. Los compañeros de Wolf habían conseguido deshacerse de los soldados en la planta inferior e intentaban sin resultado desbloquear el acceso al piso. Los dos rivales se miraban ahora con hostilidad y respeto, mientras acopiaban fuerzas para un último ataque. Los dos se levantaron a la vez, colocaron ceremonialmente sus aceros erguidos frente a su rostro, y se lanzaron a la par en una estocada de todo o nada. Los hierros impactaron y la sangre salpicó las paredes. Los dos rivales quedaron arrodillados uno al lado del otro, mientras un charco carmesí se extendía por el suelo a su alrededor. Finalmente, Wolf dijo casi susurrando:

- Parece que la fortuna te sonríe, amigo. Ha sido un placer lidiar contigo. Espero que nos volvamos a ver en un futuro… - y cayó inerte en medio de la sangre.

Después de ese instante, Blind y Nicolette entraron por la ventana saltando de una aspa del molino. Sin ganas de rematar al que había sido un tenaz contricante, el oficial montaignés saltó por la ventana opuesta para caer encima del orondo Gobernador, y con la ayuda de algunos soldados que se habían recuperado, terminaron marchandose por donde habían llegado. Habría tiempo para volverse a encontrar.



2 comentarios:

Quel XX's dijo...

Ya tardaste lo tuyo ;).

Esta chulo, y obviamente cada uno se monta el blog como le sale. Pero de todos modos, creo que quedaría bien que usaras el blog para indagar un poco mas en tu personaje. Lo escribes de forma muy "desde fuera". No te mojas en entrar en lo personal. En plasmar opiniones, pensamientos, gustos, ideas y gestos del capitán.

En parte también lo digo porque resulta divertido para los demás (al menos para mi), ver al resto de personajes como algo mas complejo que unas estadísticas y pocos rasgos básicos.

El Máster del Sol Naciente... dijo...

Quizá si, intentaré en las siguientes entradas mostrar un poco más el carácter y los pensamientos del Capitán Wolf.

De momento me centro en intentar conseguir un ambiente cinematográfico y un poco biográfico del personaje, pero seguro que se le puede añadir un toque más personal y reflexivo para dar más matizes.

Tomo nota.