martes, 25 de septiembre de 2007

Capítulo IV

“Jack, los tres forasteros y el tallo de habichuelas”

Primera parte.


Érase una vez, en un triste lugar muy y muy lejos de aquí, el hambre y la pobreza hostigaban a los habitantes de esas tierras. Un día, tres forasteros llegaron a la pequeña casa de una madre y su hijo que a duras penas sobrevivían después de la muerte del padre. Los forasteros, que provenían de un lugar muy distinto a ese, eran un soldado, un mercader y una marinera, y se apenaron mucho al encontrarse con que la mujer y el chico estaban terriblemente hambrientos pues hacia muchos días que no comían. El chico, que se llamaba Jack, les contó que ya no les quedaba dinero y que no sabían que hacer para conseguir más alimento. Después de eso, los forasteros se marcharon muy afligidos con la intención de arreglar tan lamentable asunto.

Mientras recorrían un tortuoso camino, los tres pensaron en como podían conseguir una gran riqueza en un sitio tan miserable como ese, hasta que el soldado recordó que un gigante había azotado esas tierras despojándolas de casi todas sus riquezas, y que se había refugiado en las nubes para vivir con sus tesoros. Al hablar de eso, al mercader le vino a la cabeza que por aquellos parajes se podía encontrar a un hombre que vendía objetos maravillosos, y que quizás alguno serviría para llegar a la guarida del coloso. Por último, la marinera explicó que si querían encontrar a ese hombre, por allí cerca había una gran ciudad donde podrían preguntar por su paradero. Así pues, los tres forasteros aceleraron su paso un poco más alegres por haber encontrado una posible manera de ayudar a Jack y su madre.


“Jack, los tres forasteros y el tallo de habichuelas”

Segunda parte.


La gran ciudad se erigía en medio de la naturaleza como un sumidero de corrupción y podredumbre que marchitaba todo lo que era vivo y bello. Los deteriorados edificios se apiñaban los unos a los otros en sinuosas construcciones de manera que las calles se volvían complejos laberintos por donde perderse. Los desechos y escombros de sus habitantes se acumulaban por doquier contaminando el suelo y las aguas, dejando así un asqueroso rastro que se extendía por el río. Los seres que allí malvivían eran tristes sombras de lo que una persona debería ser, bien por la sofocante miseria que la mayoría sufría como por la exuberante riqueza que una minoría derrochaba. En esa ciudad todo era gris, todo era feo.

Preguntando, los forasteros descubrieron que el hombre que vendía objetos maravillosos había sido secuestrado por una banda de criminales que se hospedaba en una posada. Esa posada se encontraba en el barrio más peligroso de la ciudad, pero sin dejarse amedrentar por el hecho, dirigieron sus pasos hacia donde les habían indicado. En la entrada del edificio, un par de fornidos matones se erigían como una barrera a superar para quien buscase el acceso sin permiso. Al ver la pinta de pocos amigos que tenían, la marinera intentó deshacerse de ellos empleando su fuerza bruta, pero estos no tardaron en dejarla fuera de combate. Viendo que eso no servia y sabiendo la condición vil de la gente de tal calaña, el soldado se acercó y utilizo la seducción del dinero para conseguir el permiso.

Aquel antro apestaba a humo y orines, y estaba repleto de la peor gente que uno podría imaginarse. Los asiduos amontonaban las sucias jarras en sus mesas, la bebida se derramaba por los suelos y los borrachos dormían entre la mugre. En medio de la sala, el cabecilla de los criminales bebía y gritaba con sus hombres más por la costumbre que por un motivo de alegría, pero todos callaron cuando el soldado se acercó a ellos y, ofreciéndole una jarra de cerveza al jefe, le propuso un trato:

- Necesito hombres arrojados que estén dispuestos a luchar, y según me parece, vosotros podríais ser los adecuados ¿Estoy en lo cierto?

- Ummm… te escucho - respondió mirándole fijamente en los ojos.

- Por vuestro aspecto diría que estáis cansados de vivir en esta tierra arruinada y que con gusto afrontaríais un desafío que promete mucho - dijo el soldado en voz alta para centrar la atención de los oyentes antes de soltar su farol - Se donde y como encontrar oro a raudales…

El silencio se rompió por un mar de murmullos y comentarios del gentío que el cabecilla finiquito con un seco golpe en la mesa - ¡Continua, por Theus!

- También se que en vuestras manos se encuentra un hombre que tiene algo que necesito, y si me dejáis hablar con él, iremos juntos a buscar ese tesoro para repartirlo entre los que nos acompañen.

El malhechor se levantó y echo su silla a un lado y, después de reflexionar unos segundos en los que el soldado le escuchó murmurar que eso le traería problemas con su jefa, aceptó provocando gran regocijo entre sus subordinados.

Los maleantes llevaron al soldado y al mercader en presencia del hombre secuestrado, y a pesar de su lamentable estado por las continuas palizas recibidas, consiguieron unas habichuelas mágicas a cambio de su rescate. Esas habichuelas, después de ser sembradas y del transcurso de una noche, se transformarían en un gigantesco tallo que les permitiría llegar hasta el horizonte de las nubes donde se encontraba la fortaleza del gigante tirano.


“Jack, los tres forasteros y el tallo de habichuelas”

Tercera parte.


Los tres forasteros y los malhechores llegaron a la casa de Jack y su madre, pues era el sitio donde las habichuelas debían ser sembradas, y esperaron el pasar de una noche.

Por la mañana siguiente, se dieron cuenta de que un gigantesco y anudado tronco se erguía donde en el día anterior solo yacía la hierba. Encabezados por Jack, que el hambre le había forjado una gran habilidad para la discreción y el hurto, todos empezaron a trepar por las retorcidas ramificaciones de la monstruosa planta. Mientras subían y la altura crecía, la sensación de vértigo y de mareo crecía en el interior de los insensatos que echaban un vistazo por el trayecto ya recorrido, y la casa de Jack se iba empequeñeciendo hasta desparecer tras la cortina de nubes blancas. Cuando llegaron al final del tallo, un infinito manto de pálidos y tupidos nubarrones se extendía a sus pies por el que transitaba un camino que llegaba hasta lo que parecía ser un punto oscuro en la distancia. Empezaron a recorrer la senda recortando la distancia que los separaba del lejano punto, hasta que este se definió en una inmensa y terrible fortaleza.

Jack se adelantó a los otros que guardaban una distancia con el castillo, y entró raudo en busca de objetos valiosos. El tiempo pasó y los que esperaban afuera empezaron a temer por el éxito de la empresa y la integridad del chico, hasta que un aterrador grito retumbó dentro de las murallas y Jack salió corriendo como un loco. El chico corría tan rápido como podía mientras intentaba no perder una bolsa con monedas de oro, una gallina y un arpa dorada que sostenía como podía para escapar del horrible gigante que le perseguía. Al ver el horripilante enemigo que se les echaba encima, los maleantes dudaron de si quedarse o huir por patas, hasta que el soldado se interpuso en el camino del coloso y le cortó el paso mientras esquivaba sus ataques. Acto seguido, el mercader y la marinera se sumaron al ataque del gigante y poco después los bandidos hicieron lo mismo siguiendo las ordenes de su cabecilla. Mientras Jack ya bajaba por el tronco, una lucha feroz se disputaba para detener el avance del tirano y múltiples cuchillazos mellaban sus piernas mientras este despedazaba oponentes a golpe de garrote.

Cuando la confusión fue mayor, los forasteros aprovecharon la oportunidad para huir del combate y dejaron que el mal luchase contra si mismo. Bajaron a toda prisa por el tallo y cuando llegaron a tierra firme empezaron a talar la planta hasta que esta se desplomó por su propio peso, causando un terrible estruendo y arrasando con todo lo que encontró su caída. Pero aún no había terminado todo, porque la jefa de los malhechores les estaba esperando en la casa y exigió su rendición a cambio de la vida de Jack y su madre. Con lo que ella no contaba era que el mal no solo golpea a las buenas personas, sino que también corroe a sus allegados, y mientras el soldado hablaba con la malvada mujer, esta perdió los nervios en un ataque de ira y el mercader aprovechó el momento de descuido para lanzarle una daga que la hirió profundamente. Por fin, Jack y su madre estaban a sano y salvo, y con lo recuperado consiguieron vivir felices el resto de sus días, ya que no solo consiguieron el oro de la bolsa, sino que la gallina ponía un huevo de oro cada día y el arpa tocaba sola y con su música alegraba todos los días.


Amordi, 3 de Corantine de 1669.

Isla del Diamante de Sangre, en el Mar de la Espuma.


El barco surcaba entre los arrecifes de coral como un ágil delfín, y se disponía a encarar su próximo destino: Vendel, la nación donde todo podía ser comprado y todo podía ser vendido. La tripulación faenaba en los aparejos contenta no solo por marcharse de esa maldita isla, sino también por la carga que habían encontrado en la ausencia de Wolf y sus compañeros. Una gran caja repleta de diamantes aguardaba en la bodega a ser repartida entre los marineros que ansiaban ya el próximo puerto. En esa isla pero, no solo habían hallado piedras preciosas, ya que con la ruptura de la maldición sidhe habían encontrado también un extraño artefacto en forma de disco que portaba unas misteriosas inscripciones. Quizá en las tierras vendelinas encontrarían a alguien que les podría explicar qué era ese objeto y para qué servia, y de paso preguntarían por el perdido “Sea Wolf” y su nuevo capitán. Lo que aquellos marineros no sabían era que con el fin del enigma de la isla no todo lo malo había terminado, pues mientras el navío se alejaba una pandilla de malhechores lo observaba con odio en su mirada, ya que con la conclusión de la fábula también ellos habían escapado…


2 comentarios:

Quel XX's dijo...

Hey !, Que no fue Nicolette la primera en iniciar la escaramuza del los matones del bar.

El Máster del Sol Naciente... dijo...

bueno, está todo puesto de manera que tenga un parecido mayor a un cuento. Por eso algunas cosas son algo distintas...